12 de Abril de 1963.- La histórica encíclica que el Pontificado de Juan XXIII dirigió al mundo el 12 de abril de 1963, es una carta abierta a los ojos y reflexión no sólo de los católicos, sino de la humanidad entera, en la que se revela la preocupación y la ansiedad porque el mundo pueda
ser
arrojado accidentalmente al holocausto atómico.
El Sumo Pontífice, a los 83 años de edad, revela en su Encíclica la forma como
considera que la paz pudiera ser permanente, una paz en todos los niveles,
entre hombre y hombre, comunidad y comunidad, nación y nación. Denuncia en esta
la Octava Encíclica “Pacem in Terris” (Paz en la tierra), la persecución
radical y religiosa; condena la intervención de un Estado en los asuntos de
otro. Exhorna a los gobiernos para que lleven a todos los hombres los
beneficios de la prosperidad atómica. Pero más que nada, habla de su temor
porque la guerra fría pueda tornarse caliente.
La fabricación de armas se justifica sobre la base del equilibrio de las
fuerzas; pero no puede negarse que la conflagración pudiera estallar por alguna
eventualidad inesperada. Y aunque el miedo a la destrucción atómica pueda ser
un disuasivo, “es de temer que la simple continuación de los experimentos
nucleares, llevados a cabo pensándose en la guerra, tenga consecuencias fatales
para la vida de la tierra”. Por lo tanto los experimentos nucleares tienen que
ser prohibidos y hay que alcanzar el desarme total efectivamente controlado.
El Papa capituló la encíclica en las siguientes cinco partes: 1. El
orden que debería existir entre los hombres, sus derechos y los deberes que
tiene cada cual con su semejante para vivir en
paz y prosperidad; 2. Las relaciones que deberían existir entre
los individuos y el Estado, estipulando que los hombres tienen él deber de
aceptar la autoridad aunque puedan oponerse a ella si las leyes son contrarias
a la voluntad de Dios; 3. Las relaciones entre los
Estados; 4. Las relaciones entre los hombres
y 5. Exhortación a los católicos.
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