Alfredo Dreyfus fue militar francés de origen israelita que servía a la República francesa con devoción y fidelidad, hasta que un día de esos aciagos que suelen presentársenos en el curso de la vida., llegó por vía pública a manos del Ministerio de Guerra, un documento sin firma probando que un oficial francés había vendido documentos secretos militares a Alemania. Ese oficial, según el documento, no era otro que Alfredo Dreyfus, quien para la época de 1849 contaba apenas 35 años. Indudablemente, se trataba de un oficial joven de quien el Gobierno francés comenzó a dudar.
En efecto, el Ministerio de Guerra actuó sin comedimiento, con ligereza,
imbuido de indignación y soberbia contra el joven oficial, ampliamente conocido
como Dreyfus. “Dreyfus, ¿Un traidor?” Se preguntaban los
franceses y el mundo cuando un Consejo de Guerra o declaró culpable y condenó a
sufrir, previa degradación, prisión perpetua en la isla del Diablo.
Los amigos del injustamente condenado lanzaron una campaña revisionista y la
opinión francesa se dividió en dos bandos: uno defendiendo el fallo y otro
sosteniendo que nada permitía condenar a un inocente. En este último bando se
destacó el escritor Emilio Zola, nacido el 2 de abril de 1840.
Zola escribió un Yo acuso que le dio la vuelta al mundo y
en medio de las pasiones
desencadenadas se probó que había habido graves defectos en
la instrucción de la causa y se decidió la revisión. Finalmente la Sala de
Casación del Tribunal Supremo acordó doce años después la absolución y Dreyfus
fue rehabilitado y reintegrado al ejército francés.
Al cumplirse hoy un año más del natalicio de Emilio Zola, el más ardiente
paladín de la revisión del proceso Dreyfus, hemos recordado este caso sensacional,
porque en él Zola empeño todo su prestigio y popularidad de escritor. (AF)
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