Antiguamente cuando la sociedad civil irrumpía en tumulto y actitud agresiva contra la autoridad constituida, se decía que había ocurrido un motín. Pero rápidamente el término fue sustituido por otro de mayor importancia: “golpe de estado”, “revolución”, o “alzamiento popular”. Hoy día, rara vez, cuando ocurre un brote sedicioso o insubordinación, le dicen motín. El término se lo han acuñado con una preferencia inexplicable a los movimientos alborotados de los presos cuando éstos se atreven a protestar cualquier actitud irregular e injusta asumida por las autoridades. Por eso, no son muchos los hechos históricos que se registran con la denominación de “motín”. Apenas sis e recuerdan con distinción, los motines habidos en Madrid y Aranjuez, ambos de España, en la época precontemporánea y el ocurrido en el buque de guerra ruso Potemkin en el quinto año del presente siglo, en apoyo de la insurrección de los obreros de Odessa.
El motín de Madrid, mejor conocido como el Motín de Esquilache, ocurrió tal día
como hoy, 23 de marzo, 1766 y fue dirigido contra uno de los ministros de aquel Rey amado
de su pueblo llamado Carlos III.
Ese Ministro que quiso sin fortuna al patrón progresista de Carlos III era de
origen napolitano y se llamaba Leopoldo Gregorio, Marqués de Esquilache. Su
gran pecado como ministro lo constituyó su deseo o propósito de introducir
fundamentales reformas edilicias en la ciudad de Madrid, pero se encontró con
el enorme obstáculo de la muchedumbre que se amotinó obligándole a renunciar su
cargo.
El nombre de Esquilache ha perdurado en la memoria de la historia y de las
generaciones ibéricas, por aquél revés del honorable siciliano de querer
reformas contrarias al sentimiento popular. Afortunadamente, reinaba España un
monarca llamado Carlos III, que sabía entender y adecuar las soluciones a esos
fenómenos populares.(AF)
No hay comentarios:
Publicar un comentario