La historia del arte registra el nacimiento del actor teatral inglés David Garrick, ocurrido el 19 de febrero de 1717, y quien se destacó en su tiempo interpretando los dramas de Willian Shakespeare, primer dramaturgo de Gran Bretaña y del mundo occidental.
Garrick fue famoso y obtuvo resonantes triunfos en sus interpretaciones
teatrales. Pertenecía a una familia originaria de Francia y fue amigo de los
demás ilustres personajes de su tiempo, especialmente del escritor y filósofo
Denis Diderot,
El drama intimo de Garrick se comprime en la poesía “Reír Llorando” que
ha recorrido gran parte del mundo. Dice la poesía biográfica que el actor de
Inglaterra era muy aplaudido y catalogado como el más gracioso de la tierra y
el más feliz. Todo el mundo iba a ver al rey de los actores para cambiar su
tristeza en carcajadas. Sin embargo, íntimamente el actor sufría un mal
espantoso. Nada le causaba encanto ni atractivo. Vivía en un eterno spleen,
y su única pasión era la de la muerte.
Cuenta la pieza lírica en torno al drama de Garrick, que un día buscando cura
para su gran mal, llegó casa de un médico famoso y después de un largo
interrogatorio que deja perplejo al galeno, este termina aconsejándole que solo
viendo a Garrich podía curarse, pues este cómico tenía una gracia artística
espantosa. “Y a mí... me hará reír?”... “Él sí, nadie más que él, mas
¿Qué os inquieta?”... “Así -dijo el enfermo- no me curo; yo soy Garrick,
cambiadme la receta”.
Así era este cómico del siglo XVIII, y posiblemente así sea, la mayoría de los
cómicos o payasos del mundo: hacen reír y nadie logra hacerlos reír a ellos.
Pareciera como si toda la alegría la desbordaran sin que nada les quedara para
alentar el deseo de vivir. Garrick terminó suicidándose y su tragedia es
lección para entender que nadie debe fiar en lo alegre de la risa “porque
en los seres que el dolor devora, el alma llora cuando el rostro ríe”(AF)
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