El 8 de septiembre de 1645 falleció Francisco de Quevedo, una de las figuras más importantes del barroco español. Falleció amargado y acabado después de haber sido encarcelado por sus duras diatribas contra el conde-duque de Olivares, personajes que dirigió la política de la Monarquía Hispánica durante 20 años del reinado de Felipe IV.
Escribió profusamente, tanto en prosa como en poesía y su trascendencia responde al mismo brillo de sus obras burlescas y satíricas, consideras como las más populares de la literatura española y entre las cuales destacan La vida del Buscón, que es una novela picaresca; Los Sueños, cinco piezas cortas conceptistas; Política de Dios y gobierno de Cristo, morales y políticas; Tiranía de Satanás, en la que traza la imagen ideal del gobernante siguiendo los Evangelios, y Marco Bruto, glosa, en la que muestra los premios y los castigos que la liviandad del pueblo dio a un buen tirano —Julio César— y a un mal leal —Bruto.
De su obra poética se conserva de Quevedo un millar de poemas. Se publicaron después de su muerte en dos volúmenes Parnaso español y Las tres musas que conforman un conjunto monumental de poesía metafísica, amorosa, satírica, religiosa y moral.
Sus primeros poemas fueron letrillas burlescas y satíricas como “Poderoso caballero /es don Dinero”, género cultivado con gran brillantez durante toda su vida, y el más conocido y popular. Criticó con mordacidad atroz los vicios, locuras y debilidades de la humanidad y zahirió de una manera cruel a sus enemigos, como en el conocido soneto, “Érase un hombre a una nariz pegado”. En su poesía amorosa, Quevedo vio una posibilidad de explorar el amor como lo que da sentido a la vida y al mundo. El tema de la muerte y de la brevedad de la vida son una constante en su poesía metafísica en la que aparece el estoicismo para aceptar la angustia que provoca el Tiempo que todo lo destruye: Ayer se fue, mañana no ha llegado / hoy se está yendo sin parar un punto / Soy un fue y un será y un es cansado.
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