martes, 13 de agosto de 2013

SERVET QUEMADO EN LA HOGUERA


En Ginebra, el 13 de agosto de 1553, junto a un lago apacible y en lo alto de una hermosa colina, la Inquisición prendió la hoguera y lentamente se fue acabando la vida del sabio humanista Miguel Servet.
Se cumplía de esta manera la orden odiosa de Juan Calvino, quien, por desgracia, pudo rebelarse públicamente contra la disciplina sostén de sus primeras ideas cristianas, pero que no supo contener sus impulsos frente al disentimiento de las más graves cuestiones planteadas por Servet.
Calvino fue un teólogo, un reformador, uno de los fundadores del protestantismo y, por lo  tanto, negador de los fundamentos de la Iglesia Católica,  hombre que revolucionó una época y llegó a tener influencia y poder que sólo supo usar para tiranizar y aplicar medidas inquisitoriales sobre la vida, las acciones y las opiniones de la gente, enviando a patíbulo a todos aquellos que no pensaban como él.  Y uno de los que no pensaban como él y por eso fue su víctima, fue el humanista, teólogo y médico español Miguel Servet.
Miguel Servet conoció a Calvino en la Universidad de Paris y en el curso de sus conversaciones científicas y filosóficas comenzó a disentir de él y ambos terminaron cruzándose cartas violentísimas. Servet publicó sus cartas en la obra “Restitución del Cristianismo”, la misma donde dio a conocer su tesis científica sobre circulación de la sangre o circulación pulmonar. Calvino denunció el libro a la Inquisición francesa como blasfemo, contrario a la ortodoxia católica, de manera que acosado y perseguido, Miguel Servet escapó de quienes querían acorralarlo.  Se refugió en Ginebra, pero hasta allá llegó la pesquisa y el brazo rabioso de Calvino.  La suerte, definitivamente, no estaba de su parte, descubierto por su implacable adversario, le siguieron juicio y lo condenaron. Servet fue quemado vivo, junto con todos sus libros y papeles.

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