El 27 de febrero de 1984, fueron inhumados en el Cementerio General del Sur, los restos del insigne paisajista hispano-venezolano, Manuel Cabré, ampliamente conocido en el universo de las artes visuales como el pintor del Ávila.
Falleció a los 94 años de edad en Caracas, pues había nacido en Barcelona, España, el 25 de enero de 1890. Su presencia y crecimiento en la capital venezolana prácticamente fue fortuita, pues ocurrió por la eventualidad de pasar el Presidente venezolano Joaquín Crespo por España y conocer a su padre que era escultor, autor de un busto de bronce que impresionó al gobernante.
Crespo le ofreció trabajo en un proyecto de ornato que tenía para Caracas y el escultor le tomó la palabra y se vino con la familia. Manuel Cabré tenía entonces seis años, estudió primaria y tuvo que abandonar la instrucción para trabajar en el mercado de San Jacinto.
En 1904 se inscribe en la Escuela de Bellas Artes, donde su padre ejercía como profesor de escultura. Atraído por el valle de Caracas, pronto se sintió conmovido por el Pico El Ávila que pintó desde todos los ángulos y con todos los matices.
Luego de varias exposiciones exitosas, se trasladó a Paris, donde residió hasta 1930. En esa época cultivó el cubismo y el impresionismo. Regresó a Venezuela y en 1951 ganó el Premio Nacional de Pintura, luego (955) el premio Herrera Toro y así sucesivamente fue sumando galardones..
Su trayectoria ha sido destacada como la de un artista que jugó papel fundamental en la formación de la conciencia moderna del arte en Venezuela. Sin duda, un paisajista por excelencia con gran domino de la técnica, el color y la forma. En cierta ocasión reflexionando sobre su pintura, dijo: “A veces uno no sabe dónde reside el encanto de una obra; pero en toda creación hay un misterio. Todo depende de la sensibilidad para descubrirlo”. Su obra ha sido reconocida con el montaje de varias retrospectivas en el Museo de Bellas Artes, en la Galería de Arte Nacional y en el Museo de Arte Contemporáneo.
@Piocid
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