El 16 de junio de 1903, el Presidente de la República, Cipriano Castro, envió un telegrama al General Nicolás Rolando, dispuesto a aceptar la entrega pacífica de Ciudad Bolívar a cambio de garantías para todos los oficiales implicados en la Revolución Libertadora, menos para el General Ramón Cecilio Farreras, quien aspiraba un pasaporte para trasladarse al exterior.
Telegrama fatal, pues constituía la réplica invariable y definitiva del primer Mandatario de la República rompiendo con todo avenimiento que tuviese como fundamento el indulto para Farreras. El General Rolando exigía cumplimiento de todas las condiciones o nada, de lo contrario llevaría la lucha hasta el final contra las Fuerzas del Gobierno comandadas por el General Juan Vicente Gómez.
Para Castro, Farreras era un traidor que debía pagar un alto precio por su falta. Porque entregar la fortaleza de El Zamuro al enemigo del Gobierno era acto que no merecía ni un ápice de tolerancia de su parte, costara lo que costase. Y sumido en esa estrechez de espíritu y en esa terrible confusión de orgullo y mezquindad, concedió más valor al destino de un hombre que a los centenares de víctimas de aquel cruento suceso que estalló en la madrugada del 20 de julio de 1903.
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