En España, a orillas del Guadalquivir, se levanta la capital provinciana de Sevilla, con sus hermosos monumentos que hablan de una cultura ejemplar. En esta ciudad, madre de Velásquez, de Lope de Rueda, de Herrera y de Rioja, el último día del año 1617, agitado por su significado tradicional, nació Bartolomé Esteban Murillo, un pintor de infantiles vírgenes y de escenas populares. Era hijo de una familia humilde y muy pronto, a la edad de diez años, quedó huérfano, siendo protegido por la esposa de su tío, Ana Murillo, de quien por vida había de usar su patronímico en señal de agradecimiento.
Fue discípulo de Velásquez y a la edad de 28 años realizo su primer trabajo de importancia en el convento de San Francisco, labor que realizó en casi tres años. Empezó a adquirir prestigio a través de sus obras de carácter religioso. La fortuna comenzó a sonreírle y entonces se casó con Beatriz de Cabrera y Sotomayor, que le dio nueve hijos.
En el año 1672, Miguel de Mañara, personaje de vida legendaria en la que se basó el poeta José Zorrilla del Moral para escribir su célebre obra “Don Juan Tenorio”, encargo a Murillo varios cuadros que todavía se conservan y admiran en la Capilla del viejo Hospital de la Caridad.
Se calcula que Murillo pintó unos quinientos cuadros, de los cuales, el de mayor proporciones, “Aparición del Niño Dios a San Antonio de Padúa”, ocupa lugar preferente en la capilla bautismal de la Catedral de Servilla. En casi todos los cuadros del pintor hay niños y sus imágenes de blanco colorido son una síntesis de espiritualidad y realismo.
Murillo murió a raíz de un golpe recibido cuando cayó de un andamio en que trabajaba. Sus restos fueron sepultados en la iglesia de Santa Cruz de Sevilla y desaparecieron cuando las tropas de Napoleón tomaron la ciudad y arrasaron la Iglesia.