Ludwing van Beethoven, uno de los compositores más importantes de la música occidental, nació el 16 de diciembre de 1770, en Bonn, Alemania, en el seno de una familia originaria de Maestricht.
Los primeros rudimentos musicales los adquirió de su padre, quien lo sometió desde temprana edad a la tortura de una rígida disciplina porque deseaba hacer de él un gran concertista. Y lo logró con creces inimaginables. A la edad de 12 años Beethoven asombraba a quienes lo escuchaban improvisar en el clavicordio. Dos años después el gran Mozart al escuchar sus composiciones para piano, violín y violonchelo, y tres sonatas para pianoforte, predijo su gloria. En éstas, sus primeras composiciones, se advierte la influencia de Mozart y de Haydn.
Sencillo en su modo de vivir, sin ambiciones materiales, vendían a los editores sus obras por cantidades insignificantes. En 1800, cifrando los 30 años, da a conocer su primera Sinfonía y un Concierto para piano. Su prestigio como compositor crece hasta el punto de que grandes sectores de Viena lo proclaman como el primer compositor de la época.
Coincidiendo con sus triunfos, aparecen los primeros síntomas de la enfermedad más terrible para un músico: la sordera. Esta enfermedad lo hace adusto y solitario y en desoladas cartas a sus amigos comunica la tragedia que significa para él estar privado de un sentido tan necesario para su arte. Pero al tiempo que expresa su desesperación, se revela contra el destino y estalla en él el genio, el coloso de su propia música, el creador de obras inmortales.
Obras inmortales como su Sinfonía Heroica inspirada en la admiración que llegó a experimentar por Napoleón Bonaparte y cuya partitura destruyó cuando supo que su ídolo se había coronado Emperador. Furioso entonces, exclamó: “Es un ambicioso como los demás”. Algunos años después, decidió salvar esta obra, pero sustituyó la segunda parte, que era una marcha triunfal, por una marcha fúnebre. La grandeza de Beethoven reside en la sinfonía, en la que su genio musical llega a la excelsitud.
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