martes, 24 de diciembre de 2013

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ


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El 24 de diciembre de  1881, nació Juan Ramón Jiménez, poeta de estilo muy propio y depurado, Premio Nóbel de Literatura y autor del famoso libro “Platero y Yo” que tanto encanta a los niños.
Sin duda que Platero era su propio burrito, tierno, amoroso y suave como algodón, pero que  tenía acero y plata al mismo tiempo. Por eso, cuando Juan Ramón Jiménez paseaba los domingos sobre él, los hombres del campo se lo quedaban mirando y le decían: “tiene acero”. Juan Ramón una vez soñó con enviarlo a la escuela para que aprendiese las letras, pero pensó en las burlas que podría acarrearle su presunta torpeza y prefirió desistir: “No, Platero, no, ven conmigo yo te enseñare las flores y las estrellas. Y no se reirán de ti como un niño torpe”.
            Tenía Juan Ramón la barba como un Nazareno. Usaba sombrero pequeño y flux de color oscuro. Figúrese usted un señor con esa facha montado sobre un burrito.
            Para los niños gitanos no era más que la figura de un loco y “loco” le gritaban cuando Juan Ramón pasaba por sus calles en dirección hacia las viñas.
            El Sábado Santo cuando Juan Ramón iba sobre Platero a disfrutar la tradicional quema de Judas, su burrito se asustó de aquel monigote colgado y contra el cual la gente descargaba su escopeta que es como decir su rabia, pues imaginaba que aquel Judas además del traidor Iscariote representaba a cuanta gente detestable había en el pueblo.
            Rosas los ojos de Platero. Los ojos de platero son rosas. Lo dice Juan Ramón bajo una lluvia de rosas un día en que a la hora del Angelus todo era rosa. Después de aquel baño de rosas vino la desgracia. La verde púa de un naranjo se clavó en la ranilla del casco y lo puso a cojear. Juan Ramón se tiró al suelo para extraérsela y luego lo llevó al arroyo de los lirios amarillos y después al mar para que el agua le acariciase la herida.
            Cuando mueras, Platero, le dice Juan Ramón al verlo cojear, seré tu enterrador demasiado considerado y tierno. Te enterraré bajo aquel pino grande y redondo. No te lanzaré por un barranco para que te devoren los cuervos como hacen con los perros y gatos realengos. Bajo ese pino los niños jugarán cerca de ti, tejerán las niñas sentadas en sus silletas bajas, te cantarán los pájaros y oirás a las muchachas lavar bajo el naranjal, y, en fin, te divertirá el ruido de la noria. Serás feliz en tu paz eterna si mueres antes que yo, Platero.



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