Al recordar el natalicio del novelista Gustavo Flaubert, ocurrido en Francia el 12 de diciembre de 1821, pensamos en el realismo literario en su fase moderna iniciado por Paúl Dock. Pensamos en Balzac, en Stendhal y, naturalmente, en Gustavo Flaubert.
En las novelas de Flaubert, la realidad social y humana cobra categoría de verdaderos anales de la época. Flaubert diseñó con Madame Bovary, la forma de la novela moderna, lo cual seguramente fue válido hasta la publicación del Ulises de James Joyce, en cuyo realismo simbólico y cósmico se integra lo monstruoso psicológico de origen freudiano con las formas más externas del naturalismo de Emilio Zolá, abriendo nuevos caminos a la novelística universal.
Gustavo Flaubert ha sido considerado como maestro del realismo, “dotado de excepcionales facultades de observación que le sirvieron para concebir y delinear, en forma admirable, la psicología de los personajes de sus novelas. Así, en su obra maestra, Madame Bovary, describe un alma apasionada, aplastada por el medio y que termina en el suicidio. Con la misma perfección muestra la monotonía de la vida provinciana y la belleza pintoresca del medio campesino. Tipos como el doctor Bovary y el farmacéutico Homais han logrado una celebridad proverbial. Parecida evolución se sigue con “Educación sentimental” brillante pintura del Paris de la época de Luis Felipe. En cambio tal técnica detallista no logra sus propósito en su novela Sambo, reconstrucción lujosa de Cártago, libro magistral pero frió.”
“Tres Cuentos” y “La Tentación de San Antonio” son obras de Flaubert clasificados entre lo romántico y realista, pero es en su larga correspondencia, revisada después de su desaparición, donde se perciben los verdaderos valores estéticos del creador de Madame Bovary. En ellas hay expresiones famosas como aquella según la cual “el artista debe ser como Dios, presente en todas partes y visible en ninguna” .
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