miércoles, 2 de abril de 2014

YO ACUSO


            Alfredo Dreyfus fue militar francés de origen israelita que servía a la República francesa con devoción y fidelidad, hasta que un día de esos aciagos que suelen presentarse en el curso de la vida., llegó por vía pública a manos del Ministerio de Guerra, un documento sin firma probando que un oficial francés había vendido documentos secretos militares a Alemania. Ese oficial, según el documento, no era otro que Alfredo Dreyfus, quien para la época de 1849 contaba apenas 35 años. Indudablemente, se trataba de un oficial joven de quien el Gobierno francés comenzó a dudar.
            En efecto, el Ministerio de Guerra actuó sin comedimiento, con ligereza, imbuido de indignación y soberbia contra el joven oficial, conocido como Dreyfus.  “Dreyfus, ¿Un traidor?”  Se preguntaban los franceses y el mundo cuando un Consejo de Guerra o declaró culpable y condenó a sufrir, previa degradación, prisión perpetua en la isla del Diablo.
            Los amigos del injustamente condenado lanzaron una campaña revisionista y la opinión francesa se dividió en dos bandos: uno defendiendo el fallo y otro sosteniendo que nada permitía condenar a un inocente. En este último bando se destacó el escritor Emilio Zola, nacido el 2 de abril de 1840.
            Zola escribió un  Yo  acuso que le dio la vuelta al mundo y en medio de las pasiones
desencadenadas se probó que había habido graves defectos en la instrucción de la causa y se decidió la revisión. Finalmente la Sala de Casación del Tribunal Supremo acordó doce años después la absolución y Dreyfus fue rehabilitado y reintegrado al ejército francés.

            Al cumplirse el 2 de abril   (1840) un año más del natalicio de Emilio Zolá, el más ardiente paladín de la revisión del proceso Dreyfus, hemos recordado este caso sensacional, porque en él Zola empeño todo su prestigio y popularidad de escritor.

1 comentario:

  1. ..... Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante -quiero suponer inconsciente- del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.

    Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.

    Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.

    Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.

    Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.

    Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de ceguera de los ojos y del juicio.

    Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L'Éclair y en L'Echo de París. una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.

    Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable...

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