En la madrugada del 12 de octubre de 1492, el marino Rodrigo de Triana, después de largas noches de vigilia, con los ojos clavados en un horizonte impenetrable, percibió la “Tierra” ignota que tras la angustia del grito se hizo fantástica y tangible bajo la planta del Conquistador de nuevos mares.
Cristóbal Colón desembarcó en la Tierra desmoronada en la garganta de Triana y tomó posesión en nombre de Dios y de sus Reyes y, como devoto al fin, no se conformó con el nombre incomprensible de sus extraños habitantes, sino que la registró en la bitácora de abordo como San Salvador.
Era una isla de no más de cien kilómetros cuadrados, escasamente habitadas por indígenas arawak que compartieron días enteros con el Misterioso Almirante y su recia como ansiosa tripulación. Intercambiaron frutos tan exóticos unos como otros y al final el Almirante la abandonó. San Salvador nunca fue colonizada ni por Colón ni por los hispanos que vinieron después siguiendo sus rutas. Fueron los ingleses en el siglo XVII que se interesaron tanto por ella, la que llamaron Watling, como por otras 700 islas y 2.400 cayos y rocas que se extienden a lo largo de 1.200 kilómetros entre Florida y Cuba.
Este archipliélago, de islas conocidas hoy como Bahamas, forman hoy un estado independiente del Atlántico dentro de la comunidad británica. Su Capital es Nassau y vive fundamentalmente del turismo.
De todas formas fue la primera tierra vista y pisada por Cristóbal Colón y desde donde partió la ingente empresa que puso al descubierto ante los ojos absortos de los europeos un nuevo continente que Miranda, primero, y Bolívar después, quería se llamara, en vez de América, Colón, pero como no fue posible por los mismos avatares de las guerras y separaciones. El nombre que empezó abarcando las seis naciones libertadas por Bolívar, quedó reducida desde 1830 a la República de Colombia dentro los contornos de la antigua Cundinamarca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario