viernes, 18 de octubre de 2013

LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE

Miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno, de izquierda a derecha: Mario Ricardo Vargas, Raúl Leoni,Valmore RodríguezRómulo Betancourt,Carlos Delgado ChalbaudEdmundo Fernández y Gonzalo Barrios. Palacio de Miraflores, 1945

El país venía evolucionando a partir de la culminación de la dictadura Castro-Gómez hacia un sistema de gobierno democrático amoldado a la realidad cultural de la Venezuela del siglo veinte. Pero el 18 de octubre de 1945,  un golpe militar pretendió transformar la evolución en una revolución para de tal manera acelerar  el proceso.
La “Revolución de Octubre”, efectivamente, aceleró el proceso transformando las estructuras políticas, sociales y económicas del país a través de una nueva Constitución complementada con leyes y decretos ejecutivos, pero apenas el esfuerzo y la acción duraron un trienio.  El país no estaba preparado, perdió repentinamente el ritmo dándole paso a la agitación y al sectarismo que acabaron de hecho con el proceso, pues estalló otro golpe militar  que prometió  tranquilidad y estabilidad, lo cual logró, ciertamente, pero sacrificando los derechos primordiales del hombre.
“El pan sin libertad de nada sirve y la libertad sin pan de nada vale”.  Esta frase dicha por un político en alguna ocasión, se hizo evidente durante la Venezuela del perezjimenismo donde el habitante sólo podía trabajar el pan para alimentar el cuerpo, mientras iba por las calles sin nutrirse, callado.  Valgan para decirlo mejor estos versos de Neruda: “…y por las calles voy, sin nutrirme, callado / no me alimenta el pan, el alba me desquicia”.
Asfixiado por el aire de la sorda violencia gubernamental, el venezolano vivía conspirando,  encerrado  en su mutismo, a la  espera del azar coyuntural para salir a la calle y drenar su silencio espeso porque, como suena el adagio popular, “no hay mal que dure cien años ni ser que lo resista”.  Ciertamente, el mal duró menos de un decenio y otra vez fue posible hacer una nueva revolución sin que se auto-etiquetara como tal, la verdadera revolución, la revolución  de la convivencia democrática, sin imposiciones, sin retaliaciones,  sin odios ni resentimientos. Porque, sensatamente, esta es la revolución que hace posible que el país cambie y de ninguna manera los antagonismos, menos cuando éstos son promovidos desde las altas esferas del poder.



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