Guseppe Verdí nació el 10 de octubre de 1813 del seno de una humilde familia. Su padre era un tabernero de camino real que no obstante le facilitó que desde muy temprana edad se dedicara a la música teniendo por primer maestro al organista de la iglesia de su pueblo.
A los 18 años, su vocación musical fue premiada con una beca para cursar en el Conservatorio de Milán, pero en el examen de admisión, los jurados no vieron en él sino a un joven de torpes modales, cuya edad y postura frente al teclado les parecieron inadecuados. Fue rechazando por esas observaciones.
Cuatro años después, contrajo matrimonio con la novia de su infancia y con las enseñanzas que le prodigó el maestro Lavigna, se dedicó a escribir óperas que eran consideradas con indiferencia.
Su vida se desarrollaba en un mar de fracasos amargos. Se ganaba la vida como podía, dirigiendo coros y bandas, escribiendo marchas y música religiosa y haciendo instrumentaciones. Poco después perdió a su esposa y dos hijitos. Durante mucho tiempo nadie supo de él.
Una fría noche de diciembre, el empresario de la Scala de Milán reconoció su solitaria figura inclinada bajo una tempestad de nieve. Se lo llevó a su oficina y lo obligó a aceptar un libreto que trataba del rey caldeo Nabucodonosor. El libreto hizo nacer en él pasiones más grandes que su pena. Nabucodonosor fue estrenada en la Scala en 1842 y ovacionada al punto del delirio.
Verdí escaló el pináculo de la fama con las óperas Rigoletto, El Trovador y La Traviata. Luego vino Aída que escribió para ser estrenada en el Cairo con motivo de la inauguración del Canal de Suez y la cuál señala una vigorosa etapa creadora de su evolución musical. Otelo y Falstaff son los últimos y grandiosos destellos del genio de Giuseppe Verdí en el campo de la ópera. Otelo es inmensa desde la tormenta con que se preludia hasta el sombrío “morendo” del final. Verdí murió a los 88 años.
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