martes, 8 de octubre de 2013

EL AMOR DE REMBRANDT


El 8 de octubre de 1669  fueron inhumados los restos de  Rembrandt (Hermenszoon van Rijn) , gloria de la pintura holandesa y uno de los más grandes de la historia del arte occidental, artista  excepcional de la naturaleza humana y maestro de la técnica del dibujo, la pintura y el grabado.
Rembrandt pintó más de 600 cuadros y aunque enviudó y se casó tres veces, su gran amor, inspiración y la que lo introdujo en el gran mercado del arte, fue su adorable  Saskia, de quien dijo María Virtudes Luque en su libro “El amor en la pintura”   que “Saskia ha pasado intensamente a la historia de la vida porque fue la mujer de Rembrandt, y Rembrandt la pintó repetidamente: despierta, dormida, enferma, sana, sola, con él, con el bebé Tifus...”  La pintó como la amada Saskia, aun en la encarnación de personajes fabulosos. Trasfiguró el pintor aquel rostro gordezuelo, infundiendo en él la expresión de una Saskia revestida de misterio femenino, una Saskia fantaseada por el amor de Rembrandt.
            La expresión que tiene Saskia en un retrato pintado al principio de conocerla Rembrandt, siendo novios ya es un documento femenil de ingenua malicia, pero Rembrandt dejando esta malicia transparente bajo la pintura, recubrió lo que tiene el rostro casi infantil con otra expresión madura ya de “eterno femenino”. Los ojos entornados de Saskia miran al pintor con ese aire secreto que añade estímulo a la pasión del hombre, y su boca sonríe con una sabiduría que no poseía aún. El gran sombrero con pluma sombrea la frente de esta imagen portentosa, donde Rembrandt unió el presente y el futuro, el acto y la potencia, lo que es lo que será, en una pintura brindada al amor de Saskia y a la historia del amor.
            Hay quien sostiene que el amor no existe, que es la proyección del ser que ama sobre otro ser que ha seleccionado. Si mueve y conmueve como si fuera amor real, es amor verdadero, y no importa soñar amor si no sabe uno que sueña.
            Rembrandt amó a su mujer con amor de enamoramiento, y extrajo de la sencilla Saskia la pequeñita fuente sentimental que ella poseía, convirtiéndola Rembrandt en ancha corriente, que a ambos los inundó de plenitud amorosa.
            Saskia fue el más potente reflector de luz en las pinturas de Rembrandt. En todos sus cuadros estuvo, en vida y después de morir con su dardo de misterio imaginado por el pintor. Ella está en la mujercita que irradia luz en el centro de la mesa de noche; está diluida en la trama de los inefables tapetes que cubren las mesas en los cuadros de Rembrandt; y en la claridad que el pintor difundió en todas las epidermis de mujer que después pintara.
            Saskia sigue existiendo en la obra de Rembrandt, ya que el amor tiene tanto de obra de arte, y Rembrandt amó a esta mujer con el mismo arte supremo con que pintaba.
            En la intimidad de su casa, de su calle, de su barrio, con un pincel de intimidad, pintó íntimamente a Saskia, este hombre universal que traspone horizontes como si su ojo fuera de espíritu puro, sin limitación de tiempo ni regla ni lugar.
            Rembrandt, lo abarca todo, y los antítesis que aparecen en sus cuadros son facetas distintas de las cosas. A fuerza de abarcar todas las cargas de las cosas nos deja la duda de lo que las cosas son. Pintaba una ronda en la noche, y quedamos dudosos de si se trata de una guardia, y de si es nocturna; pinta unos novios del antiguo testamento que nos dejan inseguros de si se trata entre ellos de un amor o de una componenda; pintó un muerto tendido para la autopsia y quedamos perplejos sobre sí es un pretexto o es una cadáver. Pero cuando pinta a Saskia! Siempre es Saskia! Todas las caras de Saskia son una misma cara del amor. El retrato donde el pintor y su esposa representan una pareja en la apoteosis de un festival, es obra maestra de pintura y vitalismo. Rembrandt, está sentado con la espada al cinto calado el chambergo, levantado en alto un alto vaso de vino. Saskia se halla sobre sus rodillas, y los dos vuelven la cabeza mirando al espectador, tomándole por testigo de sus ganas espléndidas de vivir.


            Cuando más tarde Rembrandt, sin Saskia ya, sin bienestar y sin juventud, contemplará este retrato, debería dar por bien empleado lo mucho lo que había poseído. Y que seguía poseyendo, entre sus dedos de pintor: una paleta en la que el espíritu de la joven Saskia animaba siempre.

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